CUÁNTO NOS CUESTA SER FELICES EN LA VIDA.

 

Hace ya algún tiempo, en un encuentro sobre las bien llamadas relaciones humanas, me tropecé con una especial nominación, en la que describía que una persona era emocionalmente madura, cuando había desarrollado en su pensamiento y en su conducta, actitudes que la hacían superar el "infantilismo".

Semejante conjunto de expresiones, adornadas con sus correspondientes viñetas y vistosos colores, estaban descritas de esta manera:

Sin más, el conferencista iba mostrando cada diapositiva en una pared inmensa del salón, cual mago con su picaresca sonrisa en los labios para soltar cada carta de naipe, sutilmente desgranada de la manga de la camisa, para instarnos con su mirada a que leyéramos el contenido con cierta brevedad. Pero lo más interesante eran nuestras miradas que se entrecruzaban entre unos y otros, advirtiéndonos con ojos de verdad que, para alcanzar este sumo grado de madurez humana, teníamos que haber hecho un especial recorrido en la vida, acompañado de ciertos prodigios para merecer tales dotes de madurez.

Pero el momento más importante para mí durante todo el recorrido del torbellino de imágenes y palabras, fue cuando hice memoria del libro, “Los Cuatro Acuerdos de la Sabiduría Tolteca”, de don Miguel Ruíz. Pues sin el acopio de mayores demostraciones, considero que fue el momento justo para volver a tomar en mis propias manos aquellas páginas leídas en algún instante de mi vida. Generosamente me di la oportunidad de volver al texto; pero, algo curioso sucedió. Entre el margen de las hojas, encontré unas notas que había dejado escritas con mi propia letra, simulando una ligera conclusión, motivado tal vez por la riqueza y sencillez del contenido del libro.

Esas frases que había consignado en aquellas circunstancias, entre unas letras claras y otras más bien borrosas, dejaban entrever una afirmación importante para mí. Sin tantos adornos lingüísticos la frase decía que, entre más vigorosa e integrada sea nuestra autoestima, menos posibilidades tendremos de maltratarnos a nosotros mismos y a los demás. De igual manera, contaremos con la suficiente fortaleza para desarrollar capacidades que nos permitan vernos en todas las cosas. Vernos de nuevo “en cada ser humano, en cada animal, en cada árbol, en el agua, en la lluvia, en las nubes, en la misma tierra... Seremos capaces de ver la vida, en la que se mezcla el tonal y el nagual de distintas maneras para crear millones de manifestaciones de vida”.

El autor de los cuatro Acuerdos de la Sabiduría Tolteca, hace énfasis en la fortaleza de la persona para que pueda ser consciente en cada instante del sueño de la vida que está sembrado en las mejores circunstancias; asimismo, ese mismo sueño de la vida puede estar presente en el sinsentido de tantas creencias, miedos y apegos desbordados, en los cuales pueda ser inmolado, o pasar inadvertido en el vaivén de los juegos inconscientes, atisbando con recelos los llamados que fuerzan a la persona para propiciar actitudes de cambio más profundo y duradero, en los que sea posible transparentar el sueño del amor, que se evidencia en el hecho de aprender a ser felices plenamente y de ayudar a otros para que también sean felices.

Pues, cuántas veces necesitamos que los demás nos acepten y nos amen y lo hagan de verdad, pero nos resulta imposible aceptarnos y amarnos a nosotros mismos. “El abuso de uno mismo, lo menciona Miguel Ruíz, nace del autorrechazo, y éste de la imagen que tenemos de lo que significa ser perfecto y de la imposibilidad de alcanzar ese ideal. Nuestra imagen de perfección es la razón por la cual nos rechazamos; es el motivo por el cual no nos aceptamos a nosotros mismos tal como somos; y menos, aceptar a los demás tales como son”.

Al parecer, no sería exagerado decir, que es desafiante el hecho de dejar salir a aquellas cosas nuestras que están ocultas en lo más profundo de nuestros corazones y nos impiden pasar los rayos de la luz para mirar los movimientos interiores que se debaten entre la gracia de la vida y el ocultamiento del camino. Son esas exquisitas luchas internas que tantas veces no nos dejan ser nosotros mismos. ¿Cómo describir, entonces, esos sentimientos de inferioridad que revoletean, con vestiduras de colores vistosos de racionalidad o autosuficiencia como mecanismos de defensa?

Ciertamente ponerse en camino, no es nada fácil; exige muchas veces dejar el sitio de nuestros propios estados de confort. Ponerse en camino es pues alejarse y también acercarse. Alejarse de los viejos modos de ser y actuar y acercarse a unas nuevas formas de acoger la vida con más alegría y entusiasmo, a pesar de las adversidades encontradas en el camino. Hacer camino es pues un transitar. El camino no es una morada para quedarse tranquilamente en ella. El camino es una oportunidad trascendental para hacer en él, las purificaciones y transformaciones necesarias de nuestras vidas: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”, lo advertía poéticamente, Antonio Machado.

 Se trata, pues, “de ver el mundo en un grano de arena y el paraíso en una flor silvestre. Abarcar el infinito en la palma de la mano y la eternidad en una hora” (William Blake), y así, vivir cada segundo, como si fuera el último de nuestras vidas. Este sería el secreto de nuestra felicidad.

Antidio Bolívar Enríquez Oviedo.

 Pasto, enero 26 de 2017.