“SÓLO SE VE BIEN CON EL CORAZÓN”

“Considero que uno de tantos problemas que puedo tener en mi relación con mi jefe, es la forma cómo me dice las cosas y cómo se expresa conmigo ante el resto de mis compañeros”, es la queja de un trabajador de una empresa distinguida del país. 

“Seguramente el fondo de lo que me dice mi jefe, puede ser cierto; pero, mi problema es poder enfrentarlo, hablarle, responderle, hacer que él se ponga mis zapatos y comparta mi problemática. Por respeto, miedo, temor, me quedo callado, y dentro de mí, se vuelve un conflicto que no sé cómo manejar. Creo que normalmente lo hago pensando en mi bienestar; pero, quedarme callado, conlleva a no amar lo que hago. Me siento impotente. Lo que sí hago es compartir con mis compañeros esa inconformidad que tengo con respecto a mi situación.  Muy dentro de mí sé que él, “posiblemente” esté presionándome para conseguir algo que él quiere”.

No obstante, J. Krishnamurti decía, ¿Cómo escuchas tú? “¿Escuchas con tus proyecciones, a través de lo que proyectas, a través de tus ambiciones, deseos, temores, ansiedades, escuchando únicamente lo que deseas escuchar, lo que te será satisfactorio, lo que habrá de gratificarte, lo que te brindará consuelo, lo que te aliviará momentáneamente tu sufrimiento?” 

¿Entonces, qué nos dificulta la comunicación en nuestras relaciones?

En relación con las barreras que nos impiden una buena comunicación con los demás, en la que estén presentes el respeto, la compresión y cooperación, Francisco Jaramillo Cabo, sostiene que en gran parte son “los juicios y los prejuicios tomando experiencias pasadas y fórmulas estereotipadas como parámetro para abordar el presente singular y concreto”. En tantas circunstancias proyectamos sobre los demás el temor o la inseguridad, así como el peso de nuestras propias motivaciones o frustraciones. De igual manera, la falta de consciencia de las fantasías, ideas o ideales de los demás y los propios que generan una nube en torno a la verdad de lo que realmente acontece, proyectando nuestra historia de vida o la cultura en la que nos hemos edificado, sin olvidar también, las dificultades semánticas de nuestro lenguaje. 

La familia y la escuela no nos han educado para aprender a escuchar; sencillamente, oímos. Compartimos rumores de los otros. Nos cuesta comunicar lo que verdaderamente somos, y para eso, necesitamos de una conciencia que esté alerta, sin identificación; que podamos observar sin juzgar. 

El sabio Krishnamurti nos interpela constantemente sobre nuestra incapacidad para escuchar: “Sólo puedes escuchar cuando en ti hay silencio, cuando la mente no reacciona de inmediato, cuando hay un intervalo entre tu reacción y lo que se está diciendo. En aquel intervalo hay una quietud, un silencio, y sólo en esa quietud, en ese silencio, hay comprensión, la cual no es una comprensión intelectual”. Como diría Antoine de Saint-Exupéry en su obra, El Principito, “sólo se ve bien con el corazón; lo esencial es invisible a los ojos”.

Entonces, ¿quién incentivará instintivamente nuestro mundo interior de seres humanos para abrirnos generosamente ante la mirada solícita de unos nuevos corazones, que desean y quieren unas nuevas maneras, como expresiones vivas de nuestros seres, saberes, haceres más humanos, y por lo mismo, dignos de transformaciones más reales? 

En este mismo sentido, Gia Rodari, en la “Gramática de la fantasía”, dice que la Creatividad como sinónimo de “pensamiento divergente”, es entendida como la fuerza que convoca “a romper continuamente los esquemas de la experiencia”, comprendidos éstos como aprendizajes que están en manos de una mente rígida, poco o nada maleable. Y en este mismo sentido, es “creativa” una persona, cuya “mente siempre está activa, siempre haciendo preguntas, descubriendo problemas donde los otros encuentran respuestas satisfactorias a sus anchas en las situaciones fluidas en los que otros conjeturan solo peligros”. Una persona con una claridad mental es capaz de hacer “juicios autónomos e independientes (incluso del padre, del profesor y de la sociedad); pero, también, es capaz de rechazar lo codificado, volver a “manipular objetos y conceptos sin dejarse inhibir por los conformismos”. Entonces, ¿qué decir de la capacidad indeterminada del niño para aprender siempre y de tantas maneras? Lástima que los adultos, llámense madres, padres o maestros, nos tiramos tan tempranamente su capacidad para tragarse el mundo a pedacitos. 

Aprender a comunicarnos desde las fibras más hondas de nuestra interioridad, siempre será nuestro desafío; es decir, aprender a comunicarnos desde la verdad; pues, “de la abundancia del corazón habla la boca”. 

Antidio Bolívar Enríquez Oviedo.

Pasto, octubre 2 de 2017.