FELIZ DÍA MAMÁ, FELIZ DÍA PAPÁ.

Entre la vía que une a la población de Chachagüí y el aeropuerto Antonio Nariño, un famoso artista nariñense había plantado su tienda casi a la vera del camino. En ese bazar de estatuas posaban bellísimas imágenes sobre la figura humana, especialmente de la mujer. Y entre todas ellas, la que más sobresalía era una estatua, en la que estaba exaltada la figura de una familia. Se evidenciaba con perfecta claridad cómo el abrazo del padre y de la madre protegía con ternura a su hijo.

Pues, asomarse a la sala en la que trabajaba el artista, era observar en cada obra de arte, expuesta en unos estantes más bien rudimentarios, un verdadero rincón que hacía honor a la solemne creación de la belleza humana. En todo caso, era para contemplar con admiración el recinto de la desprevenida exposición de imágenes, y como decía Teilhard de Chardin, “Cuanto más uno mira, más uno ve, y cuando más uno ve, mejor sabe hacia dónde mirar”.

Sorprendido por semejantes bellezas artísticas, intenté solicitarle atrevidamente al creador de aquellas novedades, me permitiera grabar en la retina de mi cámara fotográfica una foto para perpetuar en un instante el colmo de la hermosura humana. Pero fue imposible obtener el favor solicitado. Fue un no rotundo acompañado de unos gestos fruncidos entre las cejas con la mirada fija de unos ojos negros, plasmados en un rostro trigueño de barba blanca. Y en ese suspenso curioso, el famoso artista debió pensar que yo era un ladrón de sus ideas geniales que iba a remedar en otros lugares. Pero, no fue así. Sencillamente quería dejar en mi pura sensibilidad el recuerdo de un artista de nuestra tierra con sus incontrastables genialidades. 

Sin embargo, esa pequeña frustración que tuve con nuestro artista, una cortesana vestida de hermosos colores en la ciudad de Quito permitió que me llevara las imágenes de Oswaldo Guayasamín en la cinta de mi cámara fotográfica, para resaltar en esta oportunidad los sublimes sentimientos de ternura que le consagran los padres a sus hijos e hijas en aquellas fechas especiales que la cultura ha ido sembrando con desmedido afán: El día de la madre y el día del padre. 

Los entendidos dicen que los primeros lazos afectivos del ser humano se dan entre 0 y 6 meses de haber nacido, justamente por la interacción de la madre y el padre. La confianza se da en la medida que los afectos se dan, en las formas en que las relaciones sobresalen con las personas. El afecto, al parecer, no es nato, se aprende. Las emociones se consideran como originales en el ser humano. Pero, aún más. A los dos meses de haber nacido el niño, el cerebro se dispone para tomar las estadísticas de los sonidos en la medida que los padres le hablan. Es la etapa propicia para que los bebés absorban la estadística de la musicalidad de los sonidos. Es el período apropiado para ejercitar los estímulos fonéticos de las lenguas o de la música. Y esas representaciones mentales que se fueron formando tan tempranamente en el cerebro del niño, serán las representaciones estadísticas de carácter más fisiológico o pedagógico que se comenzarán a efectuar entre la edad de 8 y 10 meses. Pues en alguna época a los niños recién nacidos, los padres les organizaban ambientes apropiados para que pudieran escuchar grabaciones con idiomas o música clásica. Bien se pudiera creer, entonces, que en esta edad no hay células nerviosas dispuestas a escuchar las palabras o las notas musicales artificiales reproducidas por instrumentos electrónicos. El niño graba los sonidos de la lengua materna, de la música o de otros idiomas por la fuerza del afecto, por la gracia del contacto. Son los gestos cargados de afecto, de cariño, de ternura de la madre o de padre con el niño, los que disponen verdaderamente las tiernas protuberancias cerebrales para el aprendizaje, para una ubicación más brillante en el mundo y en la vida misma del nuevo ser humano.

En consecuencia, los seres humanos somos extraordinaria sensibilidad al afecto, al abrazo y al cariño del otro. “Quiero amarte, fuerza mía; Quiero amarte, gloria mía; quiero amarte con mi obrar y con incesante anhelo. Quiero amarte –a ti, la más bella luz- hasta que se me quiebre el corazón”, decía el místico, Ángelus Silesius. Pero, desafortunadamente hoy tenemos que decir que, la adicción a la verdadera caricia, a las muestras de afecto sincero, al encuentro desprevenido de prejuicios con el compañero, el amigo o la amiga, fácilmente no podría cantar la ternura poética de los Proverbios: “Sea tu fuente bendita, goza con la esposa de tu juventud: Cierva querida, gacela hermosa, que siempre te embriaguen sus caricias, que constantemente te arrebate su amor”. Ahí están presentes ciertas manifestaciones perversas de la cultura, de la sociedad de consumo, de la moda, de las motivaciones dominantes del poder, del uso deshumanizador de la sexualidad y del deseo desmedido de querer apropiarse de todos los recursos de la tierra, que nos arrebatan constantemente la dicha del paraíso, la alegría del corazón y el gozo de ser felices verdaderamente con la vida, con lo que hacemos y tenemos, con la fuerza de nuestra propia interioridad. 

Esta sociedad deshumanizante y perversa, desde los hilos conductores del consumo irresponsable ha sobresaltado la imagen de la mujer y del hombre, de la madre y el padre, de la esposa y el esposo, del compañero y la compañera, del amigo y la amiga, de la pareja, para desvirtuarla con tantos ademanes que estorban y aniquila en cierta medida la convivencia, el desarrollo pleno de la persona, y por qué no decirlo también, de la humanidad. 

Que el sentido del día de la madre y el día del padre sean entrañablemente redimidos en nuestra sociedad pastura, nariñense y colombiana. Nuestra naturaleza pastusa y a la vez, nariñense, se ha caracterizado por ser machista. Este fenómeno sociocultural está en el hombre y en mujer, y en ciertas circunstancias son más machistas las mujeres para exaltar la superioridad del hombre. Por eso, en El Talmud, entre esas discusiones rabínicas sobre leyes y tradiciones judías menciona que, “la mujer salió de la costilla del hombre, no de los pies para ser pisoteada, ni de la cabeza para ser superior, sino del lado para ser igual, debajo del brazo para ser protegida y al lado del corazón para ser amada”.

Entonces, que el día de la madre y el día del padre sean proclamados con la misma energía del corazón, porque los dos, padre y madre, tienen que ser fuerzas parentales robustas y amorosas necesarias para la crianza del niño y del joven. Pues así lo dispuso sabiamente la Creación y los humanos nos hemos encargado de ser infieles a esa misma Creación. Ojo, no podemos seguir así. A los padres de familia y a los maestros, los niños y los jóvenes se nos están saliendo de las manos. 

Antidio Bolívar Enríquez Oviedo.

Pasto, junio 15 de 2017.