¡UY…!, LA EDUCACIÓN, TAMBIÉN SE NOS CORROMPIÓ.

 Jorge Orlando Melo, columnista de El Tiempo, publicó el 5 de agosto de 2010 un artículo de prensa, titulado “200 años creyendo en lo mismo”. Abre su escrito con una alocución de Diego Tanco, quien en “1808 publicó en el Semanario del Nuevo Reino un ensayo, en el que proponía que se hicieran escuelas para dar "educación pública, gratuita, igual, sabia" a todos los niños y jóvenes del país.

Asimismo, en 1810, José Ignacio de Pombo, comerciante y empresario de Cartagena, escribió que "las fábricas que nos hacen falta, las que son capaces de sacarnos de la actual miseria, las que remediarán todos nuestros males, y las que nos proporcionarán la industria que deseamos, son fábricas de sabiduría... escuelas de primeras letras en todos los pueblos, porque todo hombre libre necesita saber leer, escribir, y contar” para ser buen ciudadano y perfeccionarse en sus oficios”.

Además, es bastante curioso y representativo que el conocido periodista le dé agudeza a su artículo, diciendo que “los dirigentes de la independencia creían que la educación era la base del progreso y la democracia y soñaban con que pronto todos los colombianos sabrían leer y escribir. Tanto que en 1821 pusieron como condición para votar saber leer y escribir, pero dieron 20 años de plazo para que todos tuvieran tiempo de educarse. Realmente nos tomamos 200 años para que todos los niños vayan a la escuela. Pero, si los comparamos con los estudiantes de otros países, no aprenden mucho. Las pruebas internacionales muestran que nuestros niños están, en su dominio de la lectura, en los sitios más bajos”.

Sí, señores. Padres y maestros, parece que concordaran, y ojalá, pensaran de la misma manera los líderes y gobiernos de turno de nuestro país que, para hacerlo sostenible, creador de nuevas posibilidades; pero, sobre todo, como un país educado, hay que creer y actuar con osadía para sembrar en la mente y en el corazón de cada colombiano, las ondas eléctricas y nerviosas profundas que, “la educación es una forma obligada de superación y realización personal y ciudadana”; pues los mismos padres y aún los maestros, no nos hemos percatado de manera consciente de la crisis educativa actual, que es jalonada por la incapacidad de tantos jóvenes para desarrollar capacidades y habilidades imprescindibles que les permitan desenvolverse en la vida, saber qué información tienen en sus manos y poderla aplicar de manera creativa en las circunstancias apremiantes o placenteras de la vida.  

Pero, más aturdidos o cuestionados tendríamos que quedar, cuando escuchamos voces de los niños o de los jóvenes como éstas: 

“¿Cómo voy a estar atento en clase? Datos y datos, fórmulas, información, ¡Si ya no me acuerdo de lo que estudié el año pasado! Que si la capital de Ecuador es Quito... ¡Pero, eso está en Google! Me parece que nos enseñan igual que antes. Nos educan igual que a mis padres y a mis abuelos. Y a los padres de mis abuelos. Así, es difícil estar motivado. Ahora se ha puesto de moda decir que tenemos TDA, porque creen que no atendemos en clase. Algunos niños, sí que tienen un problema y les dan pastillas. ¡Toma pastillas! Pero a otros, lo que nos pasa es que estamos muy aburridos. Porque con las cosas que nos gustan podemos pasarnos horas y horas. ¿Por qué en lugar de darnos pastillas, no intentan motivarnos para que seamos creativos, para que inventemos, para que soñemos? Que nos den ganas de aprender. Pero si vivimos en una época súper chula. Tenemos el mundo a nuestro alcance, con un click. Yo me paso horas navegando por internet, mirando videos, jugando. No sé, es que en el cole me duermo”.

Los padres de familia y los maestros. Sí, la pareja indisoluble, tiene que advertirse y asumirse a sí misma que la educación y la formación de los niños y los jóvenes de hoy, les pertenece y está en sus propias manos ayudar a construir una comunidad educativa, en la que familia tenga una participación activa como corresponsables y profesionales de la educación de sus hijos e hijas. Asimismo, se necesita la decisión real de cada educador para hacer del aula de clase un templo sagrado, en el que se pueda vivenciar ambientes de aprendizaje cargados de significado que verdaderamente conmuevan a los estudiantes a aprehender, así como lo advierte Giroux, “La enseñanza para la transformación social significa educar a los estudiantes para asumir riesgos y para luchar en el interior de las continuas relaciones de poder, como el de ser capaces de alterar las bases sobre las que se vive la vida”. Y de manera más insistente afirma, que padres y maestros tienen que actuar como intelectuales transformadores para ayudar a los estudiantes a desarrollar un “conocimiento crítico sobre las estructuras sociales básicas, tales como la economía, el Estado, el mundo del trabajo y la cultura de masas, de modo que estas instituciones puedan abrirse a una progresiva humanización del orden social”. 

No sobra advertir que, una institución educativa será mañana lo que nosotros, padres de familia y educadores, soñemos de ella en el presente; dependerá de la manera cómo la proyectemos en una época de cambios. Cambios que seguramente van a afectar a la persona en su esencia, generando en ella y en la misma sociedad profundas crisis de sentido: El sentido de nuestras vidas, el de nuestras instituciones, el sostenido interrogante del para qué, son expresiones que nos solicitan cambios sustanciales; pero, ante todo, cambios de mentalidad, nuevos posicionamientos para saber hacer las cosas distintas, para comenzar a pensar de manera diferente, para vivenciar lenguajes del buen uso de una inteligencia emocional sin mezquindades, sin egoísmos, con menos desidias entre maestros y padres de familia en la construcción de nuevas relaciones con los niños y los jóvenes. 

La ambigüedad de nuestras familias en sus relaciones afectivas dadas por las circunstancias de nuestra cultura, tocan necesariamente la autoestima, la paz interior, la espontaneidad, la alegría y el entusiasmo de nuestros niños y nuestros jóvenes; por eso, tenemos los amargados, los “cara dura” y los insensibles frente a todo en la vida. “Cría cuervos y te sacarán los ojos”, dice el dicho popular; o como admirablemente lo advertía Jean Thomas, refiriéndose a Comenio: “La edad de cada hombre es su escuela, desde la cuna hasta la tumba”. 

Tanto dolor, tanta amargura y tantos retratos de tristeza filmados para siempre en las laminillas más profundas del cerebro reptílito o en el sistema emocional de muchos niños y jóvenes de nuestro país. Para decirlo con dolor entrañable; pero, también, para proclamarlo con coraje, los padres de familia y los maestros, la sociedad, el Estado, la Iglesia y la proliferación de tantos grupos religiosos, somos los responsables directos de un sistema de educación corrupto. Pues, con nuestros errores, con nuestra pobreza humana y de espíritu, con nuestras infidelidades, faltas de audacia para visionar la vida como una única oportunidad, les hemos arrebatado y les seguimos arrebatando sin compasión la oportunidad de ser felices a nuestros niños y jóvenes.

Hoy, más que nunca, “tenemos que ser nosotros el cambio que queremos ver en el mundo” (Gandhi).

Antidio Bolívar Enríquez Oviedo.

Pasto, abril 24 de 2017.