¡AH, PELEA DE CANGREJOS PAISAS Y PASTUSOS!

En un lugar de nuestras costas colombianas se encontraron dos expertos en negocios, un paisa y un pastuso. Al parecer, ya eran viejos amigos de camino y los dos estaban disfrutando del buen vivir junto a sus familias; por tanto, su interés era gozar de la tranquilidad del lugar, de la admirable paciencia de los nativos para el trabajo y de los incomparables gestos de complicidad natural que se dan entre el bullicio de las olas del mar y el silencio pacificador de la selva.

Una mañana de esplendor, acompañada de los primeros rayos del sol que besaban tímidamente el despertar de la tierra, era sin duda, la primera carta de presentación que la naturaleza brindaba a los visitantes. Pues al instante salieron las familias del albergue, conmovidas por tanta belleza, acaso nunca vista en sus vidas. Justo en ese instante pasaban dos jóvenes de piel muy acanelada con una olla de metal de buen fondo. Llevaban dos tipos de cangrejos, unos eran de color gris y los otros, de color negro azabache. Este fenómeno le llamó la atención al paisa y al pastuso. Cuando la pareja sentó la olla sobre la arena, que aún tenía el rocío del alba, los cangrejos comenzaron a moverse con mayor facilidad, entremezclándose los unos y los otros, proporcionando de alguna manera, un aspecto agradable por la combinación de colores.

De un momento a otro, se fueron agrupando por colores. A un lado los grises y al otro, los de color azabache. Los cangrejos grises intentaron acomodarse para comenzar a trepar las resbaladizas paredes de la olla. Los cangrejos grises más dispersos deambulaban de un lado para otro, y cuando veían que los que estaban más agrupados tratando de armar la cadena para salir, agresivamente se acercaban y los desprendían. Nuevamente todos quedaban al mismo plano. Pero algo raro sucedía con el otro grupo. Éstos permanecieron en grupo. Si alguno trataba de alejarse, todos se movían para atraerlo al montón. Hicieron varios intentos para agarrarse de las lizas paredes de la olla de metal. Se estrecharon los unos y los otros y los más pequeños comenzaron a subirse sobre los más grandes, formando una especie de escalera. Seguramente la base falló o el peso les ganó y volvieron a quedar en el mismo plano. En un acto de persistencia, volvieron a reacomodarse e intentaron nuevamente subirse el uno encima del otro, consolidando poco a poco la escalera, de tal manera que todos, incluido el más grande, lograron salir del fondo de la olla.

A los dos interlocutores les pareció fantástico semejante espectáculo. Quedaron conmovidos con las formas instintivas tan desarrolladas de los cangrejos; los colores y los estilos propios de cada grupo para organizarse, pero de manera especial el grupo de color azabache cómo armó la escalera y en tan poco tiempo, todos salieron de la presión del recipiente. En cambio, los otros cangrejos de color grisáceo, se quedaron tranquilos en el fondo de la olla. Se movían de un lado para otro, pero no se les ocurrió hacer algún gesto distinto para abandonar el lugar.

Después de un silencio más bien prudente, el paisa le dijo al pastuso: “Pues, pa´que veas, ahí estamos pintados ustedes y nosotros. Es que los paisas somos vivos; somos emprendedores; somos muy regionalistas, sin duda, pero nos gusta trabajar en equipo. El pastuso, con delicadeza y a la altura de las circunstancias le dijo que sus paisanos eran muy trabajadores, y que la fuerza del arte la habían recibido de Natura con generosidad; por eso, eran alegres, de una extraordinaria sensibilidad, muy afectuosos, pero no tan expresivos como ellos. El pastuso le dijo también, que la manera de ser de sus paisanos, al parecer un poco ingenuos, no denota torpeza o falta de inteligencia. Al contrario, “en Pasto hacemos los mejores chistes pastusos, para tener la osadía de burlarnos de nosotros mismos y contárselos a ustedes para que se burlen de nosotros”.

“Haber, pastuso”, dijo el paisa. “Hay una cosa que ustedes no han podido aprender de nosotros. Nosotros nos desvivimos por atender al cliente. Hacemos lo que sea por ganárnoslo. Lo tratamos tan bien, que siempre están con nosotros. ¡Difícilmente nos abandona un cliente”!  

“Ah, es verdad”, dijo el paisano. “En eso si nos ganan ustedes. Nosotros no sabemos vender. Nos cuesta atender a un cliente cuando visita nuestras tiendas. Pues, mire el ejemplo de los cangrejos. Ah, peleíta. Mientras los unos daban vueltas de un lado para el otro y, a los que querían subir la pared de la olla, los otros corrían y los bajaban para quedar todos en el mismo nivel”

“¡Paisa!, dijo el pastuso, nuevamente: “A nosotros nos toca aprender de lo bueno de ustedes, especialmente lo de saber atender bien a la gente”. 

 Antidio Bolívar Enríquez Oviedo.

 Pasto, febrero 2 de 2017.